Cuando
aterricé en Chicago el viernes 6 de octubre, jamás imaginé que esa
ciudad me regalaría el mejor maratón de mi vida (hasta ahora)
En esta aventura, tres mexicanas más
estuvieron conmigo: Elina, una amiga en común que tenía por una de mis amigas de la universidad en Xalapa, maratonista también. Iliana, mamá de Elina, quien correría
también el maratón, y Berena, mi amiga y productora en el trabajo, que se dejó
convencer de hacer este viaje para echar porras. Nada hubiera sido tan divertido sin
ellas.
Llegamos a la expo a recoger nuestro kit
por ahí de las 6 de la tarde, habíamos estado durante dos horas en un Uber del
aeropuerto al hotel así que honestamente, seguíamos un poco fastidiadas y con
hambre; cuando entramos a esa sala gigantesca repleta de stands y corredores,
olvidé por un momento el cansancio y el hambre para dar paso a la emoción
típica de sentir que ya estás a nada de pararte en la línea de salida. La
entrega de mi número fue rápida, Berena me acompañó por mi playera y kit y después
nos dimos una vuelta por algunos de los stands, fue imposible decir que no a la
ropa conmemorativa del maratón, ¡lo quería comprar todo! Caminamos hasta
encontrarnos de nuevo con Elina e Iliana para tomarnos una foto en la entrada
de la expo y buscamos uno de los autobuses que ofrecían transporte gratuito
al centro, ¡moríamos de hambre!
Llegamos muy cerca del hotel Hilton y empezamos a buscar donde cenar, nuestro cansancio fue tanto que decidimos meternos a un Friday’s y ordenar lo primero que se nos antojó. Volvimos al hotel sólo para ponernos la pijama y caímos rendidas. Al otro día, nuestros cuatro celulares nos despertaron, al mismo tiempo, a las 6 de la mañana. El plan era desayunar juntas y “turistear” un poco para volver al hotel temprano y descansar: todo lo contrario. Aquí hago un paréntesis, días antes decidí comprarme un termo para llenarlo con agua y electrolitos en cualquier momento, de manera que estuviera súper bien hidratada antes de la carrera, lo hice desde que subí al avión y hasta el último minuto antes de dormir la noche previa. Ese sábado, fue mi acierto más grande.
Desayuné el mejor pan francés de mi vida,
que ni siquiera logré terminarme porque era enorme, en un lugar que había
encontrado por recomendación,“Kanela breakfast club”, me cargué de energía y me
lancé al Instituto de Arte con mi amiga Berena, evidentemente caminamos por
horas hasta reencontramos con las chicas para comer en un restaurante italiano
que también, había leído, era de los mejores para probar pasta y pizza en
Chicago, “Quartino”. Aquí hicimos nuestra comida de carbos.
Pedimos al centro ensalada de espinacas baby, pasta bolognesa y una pizza margarita, ¡todo estaba delicioso! Y el
lugar, muy bonito; sin dudarlo fue la mejor comida de ese viaje.
Cuando salimos para caminar un poco y hacer shopping, un diluvio nos sorprendió
y llegamos empapadas a Macy’s. Para
ese momento mis talones y mis pies me suplicaban que dejara de caminar, pero
pensaba: no vengo a Chicago todos los fines de semana. Más tarde nos metimos a un Target a
comprar algo para cenar y listo, nos fuimos al hotel.
Cuando empecé a preparar todo para la
mañana siguiente, (ropa, desayuno y dinero) recibí un mensaje de mis amigos del
trabajo, se pusieron muy creativos y me hicieron un video que me sacó un par de
lágrimas y muchas carcajadas; disfruté mucho verlo en esos momentos y me sentí
más relajada; después hablé con mi mamá y mi papá y recuerdo haberles dicho que
estaba muy emocionada por correr, cargada de energías y buenas vibras de todos. Me llené de los buenos
deseos y ánimos de mis papás y con eso, supe que era momento de darme un baño y
dormir.
El domingo, la alarma sonó a las 5 de la
mañana. Nos alistamos, bajamos al lobby del hotel (que por cierto, nos había
dejado una pancarta que decía “buena suerte corredores”) y nos fuimos en una
camioneta que nos llevó a varios huéspedes y a nosotras, hasta Grant Park. La mañana era divina, no
había una sola nube y el amanecer tenía esos colores que te erizan la piel.
Cuando Iliana y yo nos acercamos al control de seguridad, nos despedimos de
Berena y Elina; a partir de aquí, solo los que correríamos podíamos estar en
la zona de salida.
Desayuné mientras buscaba el guardarropa
y saludé a un par de mexicanos, Iliana y
yo nos tomamos una foto y después, ella se fue a su corral (saldría 30 minutos
antes que yo) aproveché para pasar al sanitario y me fui caminando a mi corral,
llegué ahí casi 40 minutos antes de mi salida así que me quedó perfecto para
estirar, tomar agua y de nuevo, platicar con unos cuantos mexicanos; le pedí a
una chavita que me tomara una foto y “chuleó” mi playera. Recé pidiéndole a
Dios que me cuidara durante el camino, que me permitiera terminar mi maratón
sin ninguna lesión ni complicación y listo, hicimos cuenta regresiva para
arrancar.
Cuando crucé la línea de salida mi
corazón palpitaba a máxima, no terminaba de creer que estaba por fin ahí,
corriendo mi cuarto maratón y mi primer Marathon
Major. Elina y Berena nos dijeron que nos esperarían de lado derecho
saliendo del primer túnel y así fue, vi
a las dos y sonreí. Es impresionante la
cantidad de gente que había salido a echarnos porras, no dejaba de leer los
carteles con frases tan divertidas, ¡viendo banderas de todos los países! Así
de rápido llegué a los 5 kilómetros y cuando vi mi Garmin, había marcado casi 2
minutos menos del tiempo que estimaba, me dije: “tranquila, estás corriendo
mucho más rápido y no querrás llegar sin gasolina los últimos 10 kilómetros”,
bajé un poco el ritmo y seguí.
Por ahí del kilómetro 7, una porra tenía
a todo volumen “Sir Duke” de Stevie
Wonder, una de mis canciones favoritas, me puso tan de buen humor que me
fui cantando unos cuantos metros “you can feel it all over, you can feel it all
over people...” me sentía plena, feliz y con mucha energía. Llegamos casi a la
marca de los 10K y la música y las porras estaban al por mayor, nos acercamos a
una zona de asilos y aquí se me estrujó el corazón; unos viejitos tenían “Shining
star” de Earth, Wind & Fire y
estaban todos con sus manos estiradas para que las chocaras; evidentemente me
pegué del lado derecho para darles la mano y me fui cantando “you’re shining
star no matter who you are...” Cuando revisé mi reloj a los 10K seguía con un
tiempo que ni yo me creía, había corrido mis 10 kilómetros más rápidos, apenas en una
hora y un minuto, entonces entendí que no debía bajar el ritmo si me estaba
sintiendo bien, tal vez esa ciudad y toda la adrenalina que estaba descargando
ayudaban a correr de esa manera.
Llegué sobrada a los 15K, ya había
consumido un paquete de sport beans y
ahora intercalaba con Gatorade, no
hubo un solo punto de abastecimiento en el que no me hidratara (esto hizo
también la diferencia al final) comencé
a pensar que la marca del medio maratón me iba a dar un panorama más real de mi
tiempo estimado para finalizar y seguí corriendo a ritmo de 6’15” por kilómetro. Pasamos por Lincoln Park y una banda estaba tocando “Where the streets have no
name” de U2, los colores de los
árboles eran de otoño (algo que me encanta ver) y el ambiente espectacular, fue una parte de la ruta que disfruté mucho.
Mi reloj marcó 2 horas y casi 12 minutos
a los 21K, eso significaba que ahora estaba corriendo ¡casi 4 minutos por
debajo de mi tiempo estimado! Por un momento no creía lo bien que me sentía y
lo rápido que se me había pasado la primera mitad de la carrera, pensé que
llegando a los 30K tal vez todo se
volvería más complicado y bajé mi ritmo solo entre 1 y 2 segundos por
kilómetro. Seguí disfrutando a toda esa gente que salió a las calles a
gritarnos, ofrecernos dulces, vaselina, y con pancartas muy divertidas; sabía
que el barrio mexicano estaba cerca y eso me motivó a seguir pensando en llegar
a los 30K entera.
Pilsen, el barrio mexicano, fue una
maravilla. Mariachi, música regional, banda, cumbia, toda la mezcla de música
mexicana que pudieras imaginar estaba ahí, justo en la marca de las 19 millas;
saqué mi celular y grabé una partecita, iba gritando “¡México, México!” y la
gente se acercaba para darme la mano o gritar, me recargué de pilas y contuve
un par de lagrimitas para seguir respirando a mi ritmo. Los 12 kilómetros que siguieron, los corrí
dedicados a cada una de las personas que estuvieron conmigo en este proceso,
pensé cada kilómetro en cada uno de ellos y me hicieron la ruta más amena y
feliz.
Para este punto, el sol estaba a plomo,
empezaba a notar a muchos corredores que trotaban o caminaban y pensé que esa
no era una opción, rápido canalicé mi aprendizaje de entrenar con un clima así
y decidí que en cada punto de abastecimiento de agua, tomaría un vasito para beber, y otro para mojar mi cabeza. Las esponjas con agua helada y las mangueras que nos bañaban serían mi
mejor aliado, y vaya que lo fueron. Cuando el sol se sentía quemar en mi cara,
bajaba más mi visera y me ponía los lentes. La realidad es que nunca dejé que
el clima me afectara.
Llegué a los 35K entera (1 kilómetro antes, una avispa se postró en mi brazo
izquierdo y me dejó adolorida por un buen rato), disfrutando al máximo el
colorido de Chinatown, vi mi reloj y
estaba corriendo en 6’17” el kilómetro. Me dije que mientras siguiera
haciéndolo por debajo de los 6’20” todo estaba perfecto. Aquí estaba muy
consciente que iba a finalizar en menos de cuatro horas y media y seguí
adelante, más motivada que nunca. Volví
a comerme un paquete de gomitas Gatorade y a empaparme la cabeza de agua. Por
ahí del kilómetro 41 escuché los gritos de Elina y le dije algo como "¡ya casi
el 42!", me hidraté y seguí pensando en mis dos personas, a quienes desde un
principio les prometí dedicarles este maratón: mis abuelos.
En mi mente, platiqué con ellos y recordé los momentos
felices que viví a su lado, me acordé cuando en una ocasión le pedí a mi abuelito
que nos metiéramos a correr en una competencia que estaba pasando en el centro
de Xalapa (tenía 4 años) y sonreí; pensé en mi abuelita María y en cómo me
saludaba cada que me veía “hola mi amor” y volví a sonreír. Les dije que
estábamos a punto de cruzar la meta juntos y en cuanto esto sucedió vi la marca
de “900m. To go”
Saqué mi bandera y comencé a idear como debía llevarla para
que se notara al cruzar la meta. Vino esa subida intensa justo antes de dar la
vuelta para los últimos 300 metros y mi piel empezó a ponerse chinita, respiré
profundo y me preparé para alzar los brazos, ¡Lo logré! ¡Soy cuatro veces
maratonista! ¡Te corrí Chicago! ¡ Y me acabas de dar mi mejor tiempo, 4 horas,
26 minutos y 56 segundos! ¡Sí se pudo! Estallé en llanto, en un llanto profundo
e intenso. Ese llanto que sólo experimentas al cruzar la meta de un maratón. Le
marqué a mis papás por video-llamada y ahí estaban: papá, mamá y hermano.
Vieron cuando me pusieron la medalla y seguí avanzando por la zona de
recuperación. Tomé agua, un plátano y una malteada de proteína Gatorade. Estaba eufórica, no terminaba
de creer que había corrido un maratón en ese tiempo y que me sentía perfecta de
mi cuerpo.
Luego, llegó el tan anhelado vaso de
cerveza helada que te dan, le di un sorbo enorme y antes de terminarla le pedí
a dos corredores que me tomaran una foto: “This is my first beer in 5 months! les
dije, soltaron la carcajada y lograron decirme “ Oh my God, you deserve it, congratulations!” me fui
caminando hasta la fuente de Grant Park,
felicitando y siendo felicitada por muchos. Por fin encontré un lugar espacioso
y me senté a estirar y relajar mis músculos. Cuando cruzamos la meta dieron una
bolsa de hielos que llevé hasta ahí y que sin duda, ayudó bastante. Después me
cambié y me reuní con el resto de la porra.
Me hizo muy feliz ver a Iliana con su medalla y a Berena y a Elina tan
contentas después de habernos seguido y apoyarnos en el recorrido.
Encontramos un lugar para comer
hamburguesas y cervezas y hasta ese momento, mi euforia se calmó. Regresamos al
hotel, me di un baño y me puse mi playera del maratón; decidí irme a caminar
por River Walk, compré un helado de
chocolate que me supo a gloria y me quedé sentada, a contemplar la tranquilidad
de esa noche, en esa ciudad, horas después de haberla recorrido durante 42
kilómetros, feliz y orgullosa de mi resultado.
Al día siguiente, aunque adolorida, pude
turistear perfecto; nos fuimos a Skydeck,
comimos la típica deep dish pizza y
por la noche, me fui al partido de Monday
Night Football al Soldier Field.
Mi última noche en la “Ciudad de los Vientos” no pudo haber sido mejor. Regresé
a México el martes por la tarde.
Chicago ha sido mi mejor maratón (hasta ahora) Me demostró que trabajando duro, siendo disciplinada y perseverante, puedes llegar tan lejos como quieras; premió mis 20 semanas de entrenamiento, dieta, carrera y gimnasio, de una manera que aún no termino de asimilar; con un récord personal que superó por mucho, mis expectativas. Su ciudad y su gente me llenaron de energía y me regalaron 42 kilómetros y 195 metros de alegría y pura fiesta. Mi maratón número 4 lo disfruté con el alma y todo el corazón y me dejó queriendo más; buscando nuevos retos y consciente de que, el próximo, puede ser aún mejor.
Midyi
Increíble reseña! Me sacaste lágrimas! Fue un placer compartir contigo está increíble experiencia! Vamos por más maratones 😘
ResponderBorrar¡Muchas gracias, Elina! el placer fue mío (fueron la mejor porra del mundo) ¡nos vemos en el próximo maratón!
BorrarMuchas gracias por compartir tu adorable experiencia, un relato muy hermoso, sencillo y tocando fibras muy sensibles. Muchas felicidades mi amor por tu cuarto maratón y tu primer "Major", un abrazo con mucho cariño; estoy orgulloso de tus triunfos y tus logros. Qué bonita reseña, hermosa, llena de emociones y cariño. Te amo mi niña
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