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Maratón de San Francisco 2018

San Francisco fue más retador de lo que imaginé. Cuando me inscribí a este maratón, en noviembre, creí que sería buena idea conocer la ciudad corriendo sus 42 kilómetros y 195 metros, con todo y cuestas incluidas y vistas espectaculares de la bahía. Pensé que sería un gran reto y no me equivoqué.

Iliana y yo, aterrizamos el viernes a medio día. Tomamos metro hasta acercarnos al hostal y de ahí, caminamos un par de cuadras, donde reconocimos las típicas calles empinadas; llegamos al hostal, donde nos encontramos con mi amiga Elina y su esposo Scott, quien sería el "porrista oficial" en este maratón. Por la noche nos alcanzaría Caro, prima de Elina, que se estrenaría en la distancia. Teníamos el tiempo super medido,  comimos un wrap muy cerca del Distrito Financiero y nos fuimos en uno de los autobuses que tenían idas gratuitas hasta la expo donde recogeríamos nuestros kits. Cuando llegamos a Fort Mason, el frío comenzó a sentirse extraño, como si estuviéramos en cualquier otro lugar, menos en el verano de California. 



Entramos y ahí estaba, un pabellón inmenso de stands y gente de un lado a otro con sus números y playeras conmemorativas del maratón. Recogimos nuestro chip, playera y empezaron las fotos. Este año seríamos cuatro mexicanas las decididas a conquistar las calles de San Francisco. Regresamos en uno de esos autobuses y un corredor local, que sería pacer de 3 horas y 40 minutos nos saludó, no pude evitar preguntarle como lograría ese tiempo y aproveché para pedirle un par de tips, que muy amablemente me platicó mientras íbamos en camino. Resumiendo: los primeros 25K serían los más complicados por la ruta, el clima y las condiciones en general. Me sugirió mantenerme conservadora con mi ritmo la primera mitad de la carrera y si, a partir del kilómetro 30 me sentía bien, entonces apretar el paso para mejorar tiempo.



En la noche, teníamos una cita para ver el partido de los Gigantes en el AT&T Park, considerado uno de los estadios de béisbol más bonitos. La vista a la bahía era de fotografía y el partido estuvo increíble, la realidad es que nos congelábamos (nadie nos advirtió del frío que se sentía) pero valió la pena. Volvimos al hotel para descansar y despertar temprano al otro día. El sábado se nos fue caminando y tomando fotos, visitamos: Chinatown, Lombard StreetFisherman's Wharf e hicimos nuestra comida de carbohidratos en North Beach.  


De repente, entre broma y broma nos decíamos que se cancelaría el maratón y no correríamos; ese día caímos en cuenta de las calles y el clima helado que nos esperaba y por ratos, los nervios se apoderaban de nosotras. Antes de volver al hostal, mis amigos del trabajo me enviaron un video con mensajes súper motivadores y donde me deseaban toda la suerte del mundo, se me salieron un par de lagrimitas y me llené de todas sus buenas vibras. Para cuando volvimos al hostal, por ahí de las 8 de la noche, ya estábamos exhaustos.  Hablé por videollamada con mis papás, tomé un baño con agua súper calientita, dejé mis cosas listas y me fui a dormir a las diez de la noche.

Las alarmas nos despertaron a las 4 de la mañana. Nos alistamos, desayunamos y pedimos un Uber al Embarcadero. Elina, Caro y yo llevábamos unas sudaderas que tiraríamos en los primeros kilómetros una vez que entráramos en calor, (o al menos ese era el plan) Cuando se dio el disparo de salida, pasaron casi diez minutos para que nuestro corral comenzara a avanzar, 5:45 am y ¡listo! cruzamos la línea de salida. Tal y como me lo sugirió el pacer, tenía pensado correr entre 5:55 y 6:00 minutos por kilómetro, sin esforzarme, donde los 21K se sintieran como 10K. Los primeros kilómetros salieron con mucha neblina y frío, un silencio casi completo en las calles donde sólo se reconocían las pisadas de los maratonistas. 


Llegué entera a los 5K y entonces, empecé a imaginarme que en los siguientes minutos ya estaría por cruzar el Puente Golden Gate. Comenzaron las subidas, la primera en Fort Mason, las demás justo antes de entrar al puente. No parecían tan rudas quizá por la adrenalina o por la emoción de estar corriendo un maratón. Entré al Golden Gate por ahí del kilómetro 9, a punto de llorar solo porque las 18 semanas que entrené, esperaban por ese momento. Había mucha neblina y el viento congelaba las manos y la cara. Seguía corriendo con mi sudadera y no lograba entrar en calor así que decidí disfrutar la vista y tomar un par de fotos, sin detenerme. El regreso fue aún con más subidas y un frío que calaba los huesos. Mi reloj marcaba 6 minutos por kilómetro y me dije " mientras te mantengas en este ritmo, terminarás por debajo de las 4 horas 20 minutos"








Los siguientes kilómetros fueron más difíciles, pasamos por el Golden Gate Park, una zona boscosa que se me hizo interminable y que por un largo rato me cansó y desconcentró mucho, no había gente animándonos y el frío era insoportable. Tuve que cambiarme rápido el chip y pensar en la estrategia que llevaba entrenada para no deshidratarme. Había más cuestas y el terreno era irregular en muchas partes. Poco a poco mis muslos empezaron a adolecerse y me repetía una y otra vez que pronto, ese malestar tendría que pasar. Pero no pasó, empeoró.

Para cuando salimos del parque, casi a los 29K decidí quitarme la sudadera y concentrarme en comer gomitas, aquí mi ritmo se había ido diez segundos arriba y comenzaba a desesperarme porque ahora mis pantorrillas punzaban en cada subida, como si estuvieran reclamándome por llevarlas a esa ruta. A los 35K empecé a pensar en mis abuelos, primero en Lolis, a quien le pedía que me diera valentía para continuar con los kilómetros que aún quedaban, por aquí cruzábamos Haight- Ashbury, el barrio más alternativo y hippie de San Francisco. Me distraje un poco admirando los murales y todo el colorido de las casas y los locales, que parecían haber quedado atrapados en el "Verano del amor" de aquel 1967. 

Llegaron los 36K y entonces platiqué con mi abuelo, le conté que había quedado fascinada con el estadio de béisbol y que seguramente, a él le hubiera encantado conocerlo también. El siguiente lo tenía dedicado a mi mamá María. Hablé con ella y le pedí que me mandara fuerza para evitar acalambrarme pues mis piernas respondían poco, toqué la medalla de la Virgen que me regaló y así, como un milagro, apareció una familia con una mesita que tenía plátanos cortados en trocitos, no dudé ni un segundo y agarré tres pedazos que me comí como si fueran los últimos en el mundo. Mentalmente me dieron confianza y miré al cielo para agradecerle que los hubiera puesto en mi camino.

Seguí y aún con dolor, sabía que no lograría llegar en menos de 4 horas 20 minutos, así que empecé a correr con mucho corazón y a disfrutar los últimos cuatro kilómetros. Recordé las horas de entrenamiento, los sacrificios y las cosas a las que me comprometí para llegar hasta aquí, pensé en mi familia y me repetía casi cada kilómetro, que estaba por cumplir una meta más, así que aprecié ese momento y lo hice más mío que nunca; tomé fotos cuando pasamos por el AT&T Park y conforme nos acercábamos de nuevo al embarcadero, empecé a sonreír y a sentirme fuerte y orgullosa de estar corriendo mi quinto maratón. Vi el arco de meta a lo lejos y entonces, saqué mi bandera de México, por lo que mucha gente comenzó a gritar "¡Vamos, México!" me llené de energía los últimos 195 metros y crucé la meta con brazos arriba y mi bandera: ¡Lo logré! ¡Se pudo! ¡Uno más a la lista! y después, vino un llanto interminable, con ese sentimiento que solo nace cuando terminas un maratón.
 

Avancé por la zona de recuperación, comí dos barritas, un plátano, una leche con chocolate y por fin llegó la medalla. La vi y de nuevo volví a llorar, entonces le marqué a mis papás por videollamada y recuerdo haberles dicho que había sido un maratón muy duro y que me dolía todo. Reviví tal vez media hora después, cuando me encontré con Iliana que había hecho su mejor tiempo y se veía entera. Nos cambiamos y caminamos hacia la meta para esperar a Elina y Caro; las vimos llegar y nos contagiamos de alegría por encontrarnos ahí las 4, con nuestras medallas y unas sonrisas que nadie podía quitarnos.



Regresamos a desayunar cerca del hostal, volvimos para bañarnos y dormir un poco. Más tarde salimos por hamburguesas y cervezas a Bubba Gump. Al siguiente día turisteamos y volvimos a pasar por gran parte de los primeros 10 kilómetros, las subidas eran más rudas de lo que se sintieron en el maratón. Agradecí haberlo terminado entera y sin ninguna lesión de por medio. Ese lunes caminamos casi 15 kilómetros así que de alguna forma, ayudó a recuperarnos. Iliana y yo volamos a México el martes a la una de la tarde. San Francisco ya era historia en nuestros maratones.



Llegar a mi quinto maratón fue complicado, y por primera vez, el agotamiento fue mucho más emocional que físico. En el camino ocupé un nuevo puesto en mi trabajo y demandó mucho de mi tiempo y concentración, algunos días solo quería llegar a casa, cenar y dormirme, pero el deseo de correr en San Francisco siempre fue más grande y de alguna u otra forma, encontraba la manera de levantarme los ánimos, ponerme los tenis y cumplir con mis entrenamientos. Este maratón me demostró que siempre se puede llegar aún más preparado y mejor entrenado, a veces hay cosas que nosotros no podemos controlar y todos los que estamos ahí lidiamos con lo mismo, así que no hay pretexto alguno. Prepararse física y mentalmente debe ser siempre cada vez mejor. Estoy segura que el sexto vendrá con un nuevo récord personal y me hará tan feliz como cada uno de los que he corrido: es un hecho que aún quedan varios por hacer.

Pd. Si visitan San Francisco en verano, lleven ropa de invierno.

Midyi Oseguera



Comentarios

  1. Hermosa tu barraciin Mid estoy llorando de recordar todo y si me siento muy feliz de todo lo que nos enseñó San Francisco y de la gran sorpresa que aún nos tiene sin habla. Gracias campeona por todo lo que haces por guiarnos y conseguir lo mejor de lo mejor para las Mexicanas en San Francisco

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