Medio Maratón CDMX: la carrera que puso a prueba mi resistencia y concentración.
Levanté los brazos y sonreí al cruzar la
meta. Mi reloj lo detuve metros antes cuando cronometró 2 horas, 22 minutos y
55 segundos en 21.1 kilómetros. Estaba exhausta, confundida, enojada y realmente
cansada. Después del maratón de la Ciudad de México, este medio maratón ha sido
una de las carreras que más me ha exigido de principio a fin.
La semana diez de mi entrenamiento coincidía
con esta carrera así que, como otro domingo, se trataba de un día de
distancia y nada más. Uno de mis propósitos cuando comencé a prepararme para
el gran objetivo de este año, fue inscribirme por lo menos, a dos carreras que me dieran la oportunidad de aprovechar las rutas y disfrutar del ambiente. Cuando se
escuchó el disparo de salida, el clima era perfecto: fresco y despejado. Sabía
que los primeros diez kilómetros los llevaría al ritmo que había mantenido en las
últimas cinco semanas (6’30” por kilómetro) pero sabía también que la ruta era
desafiante y que por ahí del kilómetro seis, se vendría una pendiente
constante.
Nos encontrábamos en Paseo de la Reforma, casi a la
altura de la Diana Cazadora, y las cosas empezaron a complicarse. Las obras que
están realizando, dejan sólo dos carriles para circular y pensando que éramos
veinticinco mil corredores, comenzó a entorpecerse un poco poder correr sin que
te pisaran, tuvieras que dar uno que otro codazo o ingeniártelas para abrirte
paso y no chocar con el corredor que tenías al frente. Así se mantuvo el recorrido hasta
que empezamos a subir a la altura de la Fuente de Petróleos. De aquí hasta la
glorieta de Explanada (Lomas de Chapultepec), fue casi un martirio. Me decía con tranquilidad que
pronto terminaría y estaría recuperando mi ritmo en la bajada, pero se me hizo
eterno. Fueron poco más de dos kilómetros y medio cuesta arriba.
Comí mi primer paquete de gomitas justo a
los sesenta minutos: me cayeron como una inyección de energía. Sabía que aún faltaba más de la
mitad de la carrera y tenía que concentrarme en recuperar un poco el ritmo
mientras la ruta se mantuviera plana. Lo hice hasta que nos topamos con
“Chivatito” y después, la entrada a “El Sope”. Ni siquiera habíamos llegado al kilómetro quince y mis
piernas se sentían pesadas, cansadas, les costaba mucho apretar el paso. Miré mi reloj y estaba corriendo un minuto por arriba del ritmo promedio que llevaba. Comencé a escuchar mi cuerpo y me di cuenta que nada estaba fuera de su lugar,
no había dolor que indicara alguna lesión, estaba bien hidratada pues había
intercalado agua, Gatorade y mis gomitas estaban dejando sentir sus efectos. Tampoco
había sufrido rozaduras o algo por el estilo. Mentalmente estaba
desconcentrada, era todo.
Intentaba recordar que sólo estaba
cumpliendo con la distancia “larga” de domingo y que no había de qué
preocuparse, me lo repetía cada que podía, unas veces veía mi reloj y caía en
cuenta de nuevo que no lograría terminar en el tiempo estimado que tenía en
mente. Fue una lucha constante de pensamientos que me aturdieron hasta que
llegó el kilómetro quince. Ahí me di cuenta que eran casi siete minutos de
diferencia por arriba del tiempo que había marcado en la carrera Gatorade y era
muy difícil recuperarlos. Seguí corriendo con una impotencia difícil de
describir. Intentaba escuchar las porras de la gente que había salido a animar a
sus familiares y amigos, y por un momento, me cargaban de energía y entusiasmo.
Cuando dejé de mirar mi reloj, empecé a
disfrutar la carrera. Los últimos tres kilómetros pude mantener un ritmo en el
que me sentí cómoda (por fin) y agradecí estar ahí, sana, sin ninguna lesión,
corriendo mi segunda carrera del año y a punto de cruzar la meta de mi quinto medio maratón.
Llegué a la meta con sentimientos
encontrados: feliz por haber terminado y un poco decepcionada por no haberlo
hecho en el tiempo propuesto. Avancé hasta la zona de recuperación anhelando
recoger mi medalla. Cuando me la entregaron, sonreí, y todos los pensamientos de
coraje, frustración y demás, quedaron en el olvido. Ahí supe que todo el
esfuerzo había valido la pena, y esa medalla era la mejor recompensa que podía
tener.
A pesar de haber sido una carrera que puso a prueba mi concentración, sé que hoy soy más fuerte que hace cinco medio maratones, y no me queda duda que volveré en el 2018 a comprobar, quién desafía a quién, en los siempre, siempre retadores 21.097 kilómetros.
Midyi
Un recorrido lleno de retos, desafios, experiencias, sufrimiento y triunfos; Muchas felicidades Hija.
ResponderBorrarSí que lo fue, pa! Gracias por leerme :)
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